De palique con Kike 10

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 17, diciembre 2000)

HACER   Y   APRENDER

   ¡Date cuenta de lo que son las cosas, Kike! Resulta que, dentro de ‘Historia de una cereza” y, a pesar de esa voluntad por eludirla, puede ser que hubiese colocado sin querer alguna sentencia del tipo ‘Alec-Mora-Contri”. No lo sé. Tan creído que estaba yo de que no -por supuesto que no fue un deseo consciente-, pero el hecho de que lo pueda parecer, unido a la tendencia entre el público a así entenderlo, puede ofrecer la consecuencia de que ejerza como tal y yo me la tenga que envainar.

Verás, Kike, me ha venido a pasar como a tantos autores teatrales les suele acontecer hoy en día: que se olvidan de mentarles en alguna crítica sobre la representación de una obra suya. Claro que eso es normal si el autor es un autor desconocido, como yo, y si en la propaganda de la función se han olvidado de decir quién escribió la obra.
Asumo el hecho de ser un autor desconocido y espero serlo durante mucho tiempo o siempre, si viene al caso. Así que no pasa nada. Eso de entrada. Pero es que, además, debo reconocer que los de Quiquilimón han tenido un cuidado exquisito en señalar por todas partes quien es el autor de ‘Historia de una cereza’; solo que en una de las guías de la Feria de Teatro en Gijón ‘omitiose’ mi nombre. [Supongo que ese fue el documento que fue a parar a manos del crítico de ‘Nueva España’, Sr. Francisco Díaz-Faes]
Es cierto que hay una tendencia a olvidarse del autor, a hurtar su paternidad sobre lo escrito, por considerarla exagerada no sin cierta razón, pero en este caso no hubo el más mínimo propósito. Además, ese pequeño descuido, como grata contrapartida, me ha proporcionado una enorme satisfacción, al producir uno de esos fenómenos que más pueden recompensar a un ‘escribidor’, ese alguien que nunca sabe qué clase de compensación le puede deparar el ejercicio de escribir una obra de teatro ni tan siquiera si será posible recibir alguna voz en respuesta a su esfuerzo o, si cuando la reciba, será capaz de reconocerla.
La cosa es que, aparte de los elogios que realiza a extractos concretos del texto, lo cual lógicamente me halaga sobremanera, el Sr. Díaz-Faes da en el clavo, a mi juicio, al resaltar sobre las demás una de las frases (hacia el final de la obra): “vale lo que se hace y lo que se aprende”.
Y es que, ¡fíjate tú!, esa escueta frase viene a ser el quid de la cuestión en el catálogo de propuestas que tiene la voluntad de contener “Historia de una cereza”, aunque, de momento, Kike, te pueda parecer una moraleja de esas que hablábamos en la carta-artículo anterior. Sin ir más lejos, Marieli, durante una de nuestras cenas-escapada en el restaurante de Lin Mo, me sacó a colación la dichosa frase y me espetó que si, con lo que dice, no estaría intentando yo aleccionar al respetable.
No digo yo que no. ¡Y, aún así, no me contradigo, Kike, que no! Piensa que yo no hablaba de erradicar el aleccionamiento, la moraleja y el concepto trillado, recuerda, sino de atenuar en lo posible su presencia y destinar en mayor medida un espacio y ejercicio para la reflexión propia del asunto; proponiendo un tema no trillado, etc. ¡Léete el artículo anterior, hombre!
            Ya sé Kike, que en esto del Alec, la Mora y el Contri (Aleccionamiento, moraleja y concepto trillado), aspectos sobre los que hablábamos en el ‘De Palique con Kike” anterior, nadie puede presumir de no haberlos ejercido, de no haberse encaramado al púlpito en alguna ocasión. Recuerda que, incluso, te exponía mis dudas acerca de si está bien o mal ejercerlos.
En definitiva, lo que te sugería era, no tanto desterrarlos, como reducir su presencia con algunas estratagemas teatrales que nos ayudasen en este propósito y, durante la charla que sosteníamos en esa carta anterior, lo que te explicaba es cómo lo había intentado a través de una estrategia entremetida en una escena (‘Las canicas’) de “Historia de una cereza”.
            No sé, no recuerdo si, entre ‘palique’ y ‘palique’, he llegado a mencionar en alguna ocasión mi fórmula mágica: ‘Estructura dramático-pedagógica’. Es mi fórmula de trabajo, la que me he propuesto y la que ofrezco con la pretensión de obtener algún fruto añadido a esta práctica teatral en la Escuela; la práctica que no elude el empleo del texto escrito por alguien ajeno al colectivo. O sea, exprimir un poco más este jugoso (por educativo) limón.
Pero esto de la ‘Estructura dramático-pedagógica’ es algo para hablarlo aparte, por lo que me lo reservo para la próxima carta-artículo. Ahora solamente te adelanto que consiste en un conjunto de estrategias dirigidas a perfeccionar una aplicación armoniosa del ejercicio teatral y sus contenidos educativos y también, ¿por qué no?, a mejorar los resultados. Y, sin lugar a dudas, el asunto que estamos tratando hoy forma parte de ese mundo de estrategias, siendo la escena de ‘Las canicas’ una muestra de elemento de la ‘Estructura dramático-pedagógica’ de una obra de teatro destinada a la Escuela.
No eludo el tema, Kike, no; sigo con él. No me voy por las ramas. En cualquier caso, mi intención, en el momento  de concebir la obra y, más en concreto, de construir el final, no era otra que la de alejarme de todo aleccionamiento, moraleja o concepto trillado, disponiendo en la trama del relato que, después de tantas vicisitudes, no se consigue nada porque el hueso de la cereza, por lo que fuere, no germina, ¡mira tú por dónde! El cuento se queda sin final, como en un frágil instante, por hacer o rehacer su historia e inserta la indicación de que nadie se debe preocupar porque no exista un final rotundo, trillado e invita a reconocer qué tipo de ejercicio se está llevando a cabo: “lo que se hace y lo que se aprende”.
Como puedes ver, el Sr. Díaz-Faes, ‘a mi entender’, siempre ‘a mi entender’, al destacar esa frase, hace gala de una fina perspicacia, porque, como te decía, destaca exactamente el meollo de la cuestión; cuando menos, coincide con lo que yo quería decir y ¡no dejo de ser el autor! Porque, recuerda, Kike, que ‘Historia de una cereza’ es una obra pensada para ser ensayada y representada, en definitiva trabajada de cabo a rabo, por un colectivo de niños; escolar, lo más frecuente.
Desde este punto de vista, ‘yo entiendo’ que la frase que me compromete:...aquí vale lo que se hace y lo que se aprende”  trata de ser un indicador del tipo de trabajo que habrán estado desarrollando durante la experiencia quienes hayan participado en ella. A lo largo de todos y cada uno de los ensayos, han estado dedicados a hacer y aprender.
Combinando esta voluntad de elaboración, de trabajo en un colectivo, con la propuesta de ejercicio de reflexión que te planteaba en el artículo anterior, es evidente que todo el planteamiento y la trama  de ‘Historia de una cereza’ lo que te proponen es un ‘hacer’ constante, eludiendo en la medida de lo posible el ‘decir’; al menos, ese decir intencionado, subido a la parra, literario, contundente, sentencioso.
Lo que te digo es que es una obra, un trabajo, un ejercicio, no tanto para ‘decir’, como para ‘hacer’. Desarrolla más la acción y, asimismo, se entretiene más en ella que se preocupa de ‘decir’; cuando ‘decir’ quiere decir reproducir una frase construida como mensaje elaborado para darle en el mentón al sufrido espectador.
¡Atento, Kike! Después de haber dejado por entendida la razón por la que se atenúa el ‘decir’, date cuenta de que en la frase se sitúa antes el ‘vale lo que se hace’ y luego ‘lo que se aprende’. No pone por delante el aprendizaje, porque, sobre todo en este caso, el aprendizaje sin ese previo, simultáneo, posterior y eternamente ‘hacer’, no vale para nada. Para nada, Kike, o para casi nada. ¡O a ti, qué te parece!
En ese sentido, la dichosa frase se constituye más en una descripción de lo que se está llevando a cabo, con el ejercicio diario en clase al ensayar una obra de teatro, que en un aleccionamiento con su correspondiente moraleja destinada al público. Es más bien una muestra de qué fórmula de trabajo hemos adoptado, desarrollándola, aprendiendo. En último extremo, intenta hacer notar a los propios participantes el modelo de ejercicio que se les propone, al margen de que coincida con alguna especie de mensaje hacia ese exterior (público); lo cual tampoco está tan mal, aunque no sea su principal pretensión. Es lo que te decía: a veces, no se puede evitar; en pequeñas dosis, hasta puede que sea conveniente; lo que pasa es que en la mayor parte de los montajes infantiles y en algunas de las obras para ser montadas en las escuelas ‘se pasan un montón’. 
Pero está claro que el objeto de la frasecita probablemente no era otro que el de advertir a los partícipes de la experiencia acerca del procedimiento dramático-pedagógico o educativo-teatral (como se quiera) que habían estado practicando ensayo tras ensayo, en un intento continuo de más hacer (acción dramática) y menos decir (discurso literario), construyendo lo que queríamos decir a través de la acción, explotando al máximo los recursos de esa acción dramático-pedagógica que se ha llevado a escena. ¡Por supuesto que se dice algo!, sería de tontos no reconocerlo, pero lo que se dice está entretejido en la acción dramática; pertenece a la propia acción. Al menos, eso es lo que se pretende.
Y, ¡fíjate tú lo que son las cosas!, tanto huir del aleccionamiento, es cierto que, una vez dicha en el escenario, la dichosa frase queda hecha toda una sentencia, hasta contundente, diría yo, de otro modo no hubiese sido localizada y destacada por el crítico y, para  no eludir mi responsabilidad en el asunto, he de reconocer que no me creo ignorante de ello en el momento de escribirla, hace ahora más de veinte años. El único factor atenuante puede ser que es una frase muy breve; que, si se mide comparando con el conjunto de la obra, da una baja proporción de sentencia por número de palabras empleadas y que, sinceramente, así puesta, sin abusar del respetable y sirviendo de concepto aclarador del ‘sin final’ de la historia, tampoco me parece tan mal.
Además, deberíamos de tener en cuenta que, en definitiva, quien manda es el público y si, en nuestra cultura y en nuestros tiempos, el espectador, el sufrido espectador, está acostumbrado a que le ‘sentencien’, resulta que estará esperando que lo hagan de un momento a otro y tenderá a entrever sentencias allí donde no las haya. Por lo tanto, hay que saber que esto es así y que, si me haces caso de una vez por todas, Kike, reducirás sentencias o las pulirás un poco, ¡lo que sea!, pero no podrás eliminarlas del todo, ya que, aunque tú no las hayas incluido, es probable que el público se las invente o las descubra, muy a pesar tuyo, por lo que, como táctica más razonable, lo que hay que hacer es poner pocas, precisas y convenientes, porque, aun queriéndolas evitar, de vez en cuando se nos escapa la mano aleccionando, amigo Kike. ¡Ah! Y, sobre todo, que vengan a cuento.
Mira, Kike, para no pillarnos los dedos, había pensado en  endilgarle a esta carta-artículo el título  ‘¿QUIÉN PUEDE LANZAR LA PRIMERA PIEDRA?, por aquello de que a sentenciar y a aleccionar no se escapa nadie (ni tú ni yo tampoco) y, de esta guisa, pedir disculpas públicamente por mis deslices, involuntarios, la mayor parte de ellos, derivados de mis incapacidades, de mis contradicciones, como puedes ver; aprovechar la oportunidad para pedir perdón por mis aleccionamientos, por mis sentencias... y por los tuyos también, ¡qué caramba! No obstante, lo de ‘hacer y aprender’, cuestión que, como aquel que no quiere la cosa, ha surgido a raíz del otro tema, me suena a mejor título o más apropiado, porque a mi juicio, siempre a mi juicio, esto del ‘hacer y aprender’ y todo cuanto lo rodea, bien mirado, sigue siendo lo que de más valor flota sobre esta reflexión en forma de carta, en forma de artículo.
En todo caso y volviendo al asunto de la crítica: ¿En qué otro aspecto más y mejor pudo acertar el Sr. Díaz-Faes y en qué otro aspecto puede sentirse más satisfecho un autor cuando, pese a no ser nombrado, le resaltan la clave, ese código, sumo secreto (no porque no quiera decirlo, sino porque nadie o muy pocos le escuchan, tú lo sabes, Kike y porque, además, pertenece a ese quehacer diario de difícil explicación), semisecreto quizás, que constituye el eje del trabajo que ha elaborado?

 Miguel Pacheco Vidal