(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 21, octubre 2001)
ESCARMIENTO, MÁS QUE OTRA COSA
O
STALLONE CONTRA FU-MAN-CHÚ
Por la escalera que lleva a la guarida de Fu-Man-Chú suben y bajan (sobre todo, bajan) muchas, quizás todas las maldades.
A vueltas con aquellas consideraciones que, sobre los riesgos del empleo del aleccionamiento, planteábamos en nuestro ‘De palique con Kike-9’ (el de octubre del 2000), ‘palique’ donde expusimos directamente una forma de soslayar esta actitud perversamente didáctica, tengo la sensación de que quizá quedara pendiente por exponer algún ejemplo de este mecanismo y de que nos quedara también por comentar que, a veces, en esto del aleccionamiento, la moraleja y el concepto trillado, al margen de que ya no nos guste de entrada ni a ti ni a mí, hay, encima, quien se pasa de la raya y más allá que todo eso, lo que practica es la advertencia o amenaza, el escarmiento y el concepto triturado o papilla a punto de deglutir, regurgitada y rumiada, ¿me explico?... Veo que no. No sé si sabré hacerme entender. Como último recurso, no se me ocurre otra cosa que traer a colación a Silvester Stallone. Y, cuando digo traerlo a colación, quiero decir traerlo de verdad, transmigrarlo o, como mínimo, plasmarlo. Así que lo invoco. ‘¡Oh, Silvester, inolvidable e inmarcesible por tus hazañas y proezas, yo te convoco!’ y ¡ya está aquí! con nosotros, Kike, en amable charla. (Bueno, eso de amable, ya lo veremos) Solo te pedimos, Silvester, que no nos tomes por un enemigo a eliminar de la superficie de la Tierra, porque tú eres muy expeditivo y puedes acabar con esta historia en un abrir y cerrar de ojos, es decir, a torta limpia.
Verás, la cosa es muy sencilla: entre Kike y yo, solo pretendemos sonsacarte tus valiosos recursos y, si cabe y te parece conveniente, hacerte recapacitar en algunos insignificantes aspectos o sea, lavarte el cerebro. De momento, tú, Kike, sujétalo antes de que logre salir de su sorpresa, porque si es consustancial a la forma de ser de la mayoría de los personajes de sus películas, ¡debe ser de armas tomar!
¡Cálmate, Silvester! Por si te interesa saberlo, Kike y yo, hemos descubierto y te lo digo con mucho respeto (entre torta y mojicón), que las historias de tus películas tienen un esquema argumental común y algo rutinario, repetitivo. ¿No es así, Kike? ¡Pero sujétalo bien, hombre! ¡Que no ayudas en nada! ¿Te apetece un cigarro, Silvester? Se trata amigo mío, del siguiente esquema: cualquiera de tus películas podría comenzar localizando al indigno, porque a ti, el protagonista, el bueno, ya no es necesario que te presenten; a continuación o en el mismo instante, nos muestra de forma flagrante una de sus infamias, alguna fechoría casi inenarrable; a renglón seguido, se detiene en describir a fondo la maldad del malvado indigno, en algunas ocasiones su ineficiencia; porque en algunas, en esas oportunidades que te digo, Silvester, pintas al malvado como algo tonto y ese es el papel que vamos a desempeñar tanto Kike como yo, porque de malvado no sé qué tal damos la talla, pero de tontos lo hacemos muy bien y en cualquier momento. ¡Zas, eso está hecho! Vamos a representar el papel de malos de la película, muy malos, perversos; por otro lado, lo de tontos no lo vamos a poder dejar, me parece a mí que de ninguna de las maneras. Así que somos muy malos contigo, Silvester y te estamos sometiendo al tercer grado con mucha saña y tú, como buen y esforzado héroe, te resistes a ‘cantar’. ¡Hasta te pones guapo cuando te zurran, luciendo esa musculatura entre ensangrentada y bañada en sudor! La verdad es que permaneces impertérrito, hasta diría yo que satisfecho, no sé si es porque no sabes interpretar mejor tu estado de angustia o porque, en suma, estás convencido de que quien va a acabar zurrando al final eres tú....
Una vez retratados malhechor y fechoría e insistido sádicamente en las maldades perpetradas, el protagonista, el bueno de la película, tú, Silvester, se esfuerza en impedir las pertinaces felonías, una tras otra, en detener al infame y en ‘darle su merecido’, fracasando continuamente en el intento, porque el malo, además de malo, en algunos casos es astuto, sutil, en otros, sencillamente recalcitrante, recalcitrantemente malo y no hay quien le eche el guante. Es posible, otrosí, que el protagonista, ¡tú, Silvester!, padezca verdaderas desventuras para llevar a cabo su propósito, que pase incluso por el hospital, eso sí, de campaña, como tu atuendo, amigo Stallone.
No sé si soy muy fiel a tus guiones ni si estoy poniendo algo o demasiado de mi cosecha, pero lo importante es que todo conduce al momento más deseado de tu esquema, el de la masacre liberadora; aquel momento en que, en medio de una matanza atroz de malos menores o secundarios que solo implicará un aderezo en la tensión, una preparación gradual, se produce la situación culminante, en la que, Silvester, te enfrentas cara a cara con el reconocidamente más perverso de la región o continente, procediendo a su aniquilamiento, vamos, que lo deshuellas (1), si ello fuese posible.
¿Es así o no? ¡Contesta, Stallone! ¿Qué es lo que sucede en ese instante? Pues que, en lugar de compasión por tanta y cruel muerte, lo que siente el público es satisfacción; alivio es lo que experimenta el espectador tras la acumulación de perversidades que tan meritoriamente había atesorado hasta ese instante el malo de la película.
Lo peor no es eso, Silvester. Lo peor es que no es idea tuya; vamos, que la has copiado o, aún peor, que la has heredado... ¡Qué malos eran los normandos de ‘Robin de los Bosques’! ¡Qué forma de extorsionar a los pobres sajones! ¡Qué talento demostraban para la malévola recaudación y para la tortura arbitraria, para la tropelía impune, pero qué fácilmente se dejaban atrapar en las emboscadas del bueno de la peli! ¡Qué bien sentaba, para salvar nuestra inquietud más intensa, la muerte del perverso y desleal duque de Norfolk, atravesado por la certera, justiciera y brillante, casi inmaculada, espada de Robin Flinn! ¿Te acuerdas?
Hasta aquí parece sólo un entretenimiento, además para eso está nuestra sensibilidad y nuestro cerebro: para superar los embates de la propaganda; para separar el grano de la paja. ¿Si o no? Pero, pero, lo que ya no es lo mismo son tus progenitoras, Stallone, las películas bélicas producto de la II Guerra Mundial, ¡y ahora sujétalo bien, Kike!, porque le voy a decir que por culpa de ellas me temblaban las carnes cada vez que oía hablar en nipón o en lenguas germánicas y, ¡no te digo nada!, si por una de aquellas me tenía que cruzar en la vida real con algún japonés o con algún alemán de verdad. Los pocos alemanes y japoneses con que uno se pudiese cruzar por aquel entonces. ¡Qué malos eran en las películas y qué destripaditos quedaban al final! Hoy en día las cosas son distintas; sobre todo, gracias a las largas procesiones de turistas japoneses que desdicen, de todas todas, cualquier indicio de maldad que la propaganda de los años cuarenta y cincuenta me inculcara en aquellas grandes dosis. Hoy creo haberlo superado; no obstante, cabe aquí decir que esos, aquellos, son los años de mi niñez y que lo que me estaban imbuyendo era, si no odio, un temor racial indescriptible. ¡Bendito sea el turismo!
Y lo peor aún no es eso, Silvester y ya te he dicho que ese esquema tan tuyo resulta que no es tan tuyo. Pues, ni de las pelis que te he comentado tampoco, porque también se emplea en muchísimos otros casos, hasta en algunos espectáculos infantiles y por eso, estamos tan interesados Kike y yo. Para comprobarlo, no tienes más que asistir a alguna representación de teatro para niños; es más, Silvester, es algo que se acepta y se premia sin sonrojo; claro que normalmente no median las masacres, como en tu caso.
Para no molestar a nadie, para que consista en algo que sea conocido por el mayor número de lectores posible y para que, dada su consistencia y tradición, quede claro que no va a peligrar por el hecho de que yo le saque algún defectín o defectuco, vamos a optar por centrarnos en 'Los Pastorcillos’, obra archiconocida por todo el mundo en estos pagos y, además, muy anterior a todo lo que hemos comentado hasta el momento. Ahora sí que lo tienes que sujetar bien, Kike, porque no sé si Silvester va a ser capaz de soportar la tortura de ser comparado con ‘Los Pastorcillos’.
‘Pues sí, Stallone! ¡¡Con ‘Los Pastorcillos’!! Ya que en algunos ‘Pastocillos’ (porque encima hay infinidad de versiones) aparece el demonio en persona, puede que algo camuflado, que quiere tentar a los zagales, convertido en agente comercial esforzado en resaltar las cualidades sin fin de su producto señero, el pecado y así, arrastrarlos al infierno, lugar horroroso, sobradamente conceptualizado por los espectadores, a través de charlas y sermones anteriores al acto dramático de la representación. Se trataría pues, no de un concepto trillado, sino de ese concepto triturado que decíamos. ¡Hecho papilla a punto de engullir!
En otros planteamientos de ‘Los Pastorcillos’, el demonio es una especie de subterráneo Fu-man-Chú, infatigable e indestructible malhechor que escarba su perversidad por todos los túneles que agujerea la maldad en nuestra Tierra y lo que quiere es aflorar triunfante e implantar su imperio del mal sobre nuestro planeta y, para ello, instala una escalera interminable por la que suben y bajan demonios de segundo orden o él mismo, como gran inspector de su ingente tarea. La cuestión es perdernos a todos, condenarnos. ¡A todos! ¡Agárrate!
Hay otras estrategias para encarar la historia de ‘Los Pastorcillos’, pero en todas o en casi todas aquellas en las que aparece el diablo, el propósito de éste es artero, manifiestamente maligno, plasmándose su maldad en hechos cada vez más perversos, hasta que es vencido por un espectacular ángel o arcángel. Jamás he logrado comprender por qué no se digna a comparecer nunca, no digo yo que un querubín pero sí un serafín en persona o, cuando menos, un trono, una dominación o una potestad. Se ve que, para lo que somos los terrestres, con un ángel o un arcángel es más que suficiente. Puede que la escena contenga la enseñanza de que, para vencer al demonio, no es necesaria tanta demostración de fuerza; con un ángel raso, basta. Eso sí, con su imponente espada flamígera, ¡que ríete tú de la de Lord Darth Vader!, obligando a inclinar su cerviz al maligno, que es enviado de nuevo al horror infernal. Enviado, no, ¡precipitado! Al mismo infierno, ese lugar tan temido por el niño espectador, del cual ha podido escuchar tantas descripciones pavorosas. Recuerdo que, en mis tiempos, los tramoyistas poníamos nuestro granito de arena, en lo que se refiere al horror, soplando en unas enormes pipas de hojalata que tenían unos agujeros practicados en su parte superior por donde soltaban una nube de polvo de resina; nube de resina que producía una espantosa llamarada, al entrar en contacto con una vela encendida sobre la misma tapa. Todo para infundir más terror. ¡Fíjate tú!
Sin embargo y es curioso que sea así, ese niño no siente compasión por el atribulado demonio quien, año tras año, es hundido, remachado en su insufrible castigo. ¡Que va! El niño siente alivio e incluso aplaude emocionado más por la victoria del Bien, de lo que considera Bien, lo que le han impelido a considerar como Bien Supremo, que por la desgracia de aquel estrafalario personaje. ¿No lo recuerdas, Kike, entre los escarbillos de tu niñez? Y así queda visto: en nombre del Bien Supremo se puede llegar a admitir muchas crueldades, como las que indudablemente cometes tú, Silvester. Por cierto, ¿te das cuenta de que acabamos de poner al sereno tus conexiones con el Concilio de Trento y las de éste con la Guerra de las Galaxias?
Y ahora, Kike, ya puedes ir soltando al compañero Silvester. No creo que le queden ganas para nada después del lavado de cerebro que le hemos infringido, durante el que no hemos tenido el menor empacho en mezclar ‘Los Pastorcillos’ con Fu-Man-Chú o Robin Hood con el cine bélico de la postguerra mundial o con el mismísimo Concilio de Trento y la inefable Guerra de las Galaxias. No creo que lo haya podido soportar; de modo que ¡suéltalo! ¡No pongas esa cara de incrédulo y suéltalo de una vez por todas!... ¿Ves como es incapaz de reaccionar? Fíjate con qué cara de perplejidad nos mira... ¡Eh! ¿Pero, qué es esto? ¡Crunch! ¡Ay! ¡¡Plaff!! ¡Socorro! ¡¡Crack!! ¡¡Aguanta, Kike!! ¡¡Strump!! ¡¡Cataclás!! ¿Con que esas tenemos, Stallone? ¡¡Patapam!! ¡Sujétalo, que lo expulso, revoco, devuelvo, restituyo y lo reintegro a su ámbito vital! ¡¡En nombre de cualquier razón posible, yo te libero, oh insólito y obstinado espíritu de Silvester Stallone!! ¡¡Ya está!! ¡Tranquilo, Kike, que ya no está entre nosotros!!
¡Vaya par de guantazos que me ha arreado el tipo! No había caído yo en la cuenta de que el camarada Silvester es un héroe inasequible al desaliento o ¿es que no hemos ejecutado bien el lavado de cerebro? No te quejes, que tampoco hay para tanto; total, por un par de bofetadas más en esta vida. Al fin y al cabo, Silvester nos ha servido para ilustrar esa estructura dramática que consiste en echar leña al fuego, para aumentar la sensación de maldad del malo, de manera que, a partir de un momento dado, se sienta como benéfico y, por lo tanto, aceptable que el bueno de la historia mate al malo y a toda su cohorte, si es necesario o que los envíe al mismísimo infierno que, a todas luces, es aún peor. Ese no respirar tranquilos hasta que los malos de la película, en este caso tú y yo, no hayan sido, como mínimo, cosidos a bofetadas. ¡Qué menos! Esquema tontorrón si tú quieres, pero que aparece demasiado frecuentemente en espectáculos infantiles disfrazado de perentoria poesía o incluso de intención moralizadora y eso es lo que nos interesa a ti y a mí y ¡olvídate del bofetón!, que yo me he llevado dos, por estar más de cara.
Me permito observarte aquí que éste es un esquema usado también en la vida real, en una sorprendente carrera por demonizar al contrincante, actitud que probablemente tampoco lleva a ninguna parte y que quizás aparezca como posible consecuencia de plantear mal las cosas desde niños. Acaso no tenga tanta importancia ni lo que hemos estado discutiendo ni los bofetones que nos hemos llevado; que al fin no hayan servido para nada. Por cierto, que yo quería llevar a mi nieta (mi nieto todavía es pequeño) a ver ‘Los Pastorcillos’ y, por culpa de esta carta-artículo, no ha podido ser; quede pues para la tarde de primero de año, siglo y milenio.
Además, ayer, lunes, estuve viendo por la tele Gunga Din, que del esquema que comentábamos tiene un rato. ¡No voy a apostatar yo de todas las historias de aventuras! ¿O es que vamos a instaurar una nueva inquisición? ¡Que va! Lo que quiero decir es que hay muchas otras estrategias. Precisamente y en la línea de incorporar a nuestra charla el día a día, lo que va saliendo al paso, te he de decir que, pocos días más tarde de escribir todo esto, he podido ver una entrega de Star Trek, en la que muy curiosamente y después de haberse empeñado a lo largo de casi toda la serie en presentarnos a los borg como seres abominables, como amenaza universal y eterna para la Federación Estelar; elementos crueles a borrar de la faz de las galaxias, resulta que coinciden con uno de ellos distinto o que las circunstancias lo hacen así, un borg adolescente, que, herido y apartado de su comunidad a causa de un percance, logra ser sensible, conviertiéndose, para los tripulantes de la Enterprise, en la esperanza de paz con los temibles congéneres del muchacho; en una ventana a través de la cual ver la luz, mejorar las expectativas. Ver algo bueno, esperanzador, en el otro lado.
Al principio, los responsables de la nave de la Federación dudan entre eliminarlo, sin más, (teniente Worf) o curar sus heridas y salvarlo (Doctora Crusher). En primera instancia, deciden hacer lo que puedan para sanarlo y, a cambio y sin que él lo sospeche, implantarle en sus circuitos una rutina con una paradoja irresoluble para devolverlo después a la sociedad Borg, como si esa paradoja tuviese la misión que corresponde a un virus inoculado con el fin de producir la destrucción irremediable de la compleja naturaleza colectiva Borg. De ahí y tras tímidos lazos personales con el joven, se pasa a sopesar, ya que el mozalbete borg lo admite, la idea de hacerle saborear su libertad individual, para que, una vez reconectado y a partir de esa sensación de individualidad, se propicie la transformación de la agresivamente asimiladora comunidad borg; pasando, ya por último, a adoptar la determinación de devolverlo a su seno y permitirle que ejerza precisamente su opción personal de transmitir sus sensaciones al resto de su comunidad, lo que plantea, de paso, a los tripulantes de la nave Enterprise, bastante incertidumbre acerca del acierto de la determinación adoptada.
Este escalonamiento inverso se produce a medida de que todos los personajes de la Enterprise, uno a uno, van abandonando su prejuicio inicial y de que, de no querer ni acercarse a verlo, por odio o temor, según el caso, consienten en entablar diálogo con el hasta ese momento aborrecible ser. Claro que en este episodio, nuestros tripulantes han coincidido con un borg inmaduro o sensible o, por lo menos, fuera de serie, que ha permitido establecer cierto grado de comunicación; de otro modo, hubiésemos concluido el episodio en el primer paso, eliminándolo y ¡ya está!, como en las otras historias, las de Stallone. ¡Ya se había pensado en ello, ya! Pero, desde la primera duda de la doctora Crusher, hasta el último riesgo asumido (devolverlo vivo y libre a su comunidad) se trenza una historia que, cabalgando sobre una reflexión ética, más o menos real, más o menos ficticia, pero, en último término, nada usual, sigue conformando la trama de una proeza tan intensa como interesante. Compararía yo el esquema de este argumento a una devanadera que desovilla el carrete de una historia donde ya se habían instalado el malo y el bueno, cada cual en su sitio, de forma tan tajante como en cualquier otra, retrocediendo a partir de ese punto hacia el origen de la imputación de malo, desde el preciso instante en que iba a ser fulminado, proponiendo la recapitulación, mientras recorre de nuevo, pero al revés, todos los escenarios amenazadores, aceptando las situaciones de riesgo que presagia este camino de perpleja reconsideración. Es otra forma de ver las cosas, sin abandonar el sendero de la aventura. En otras palabras: no deja de ser una aventura, aunque con otro esquema.
En cualquier caso, puede parecer que todos los caminos llevan a Roma, ¿o a Cuba? Eso sí, unos mejor y otros peor, pienso yo. Aunque da lo mismo lo que digamos tú y yo, por lo que, si se empeñan en insistir en esta vereda, convirtiendo en remalo al malo para reventarlo al final, ¡qué le vamos a hacer! Solo pediremos que no se extralimiten en el esquema en cuestión, que no se insulte la inteligencia de niños y adultos y que no se trituren los conceptos para manipular las conciencias. Que se permita pensar algo más, que se permita sentir algo más allá de lo que quien conciba o construya la historia piense y sienta. Dejar expedito el camino para que siempre se pueda dar un paso más y en la dirección que inteligencia y sensibilidad decidan, demostrando cierta confianza en el género humano; en este caso, en sus cachorros. Lo de confiar en los borg, ya vendrá después.
Miguel Pacheco Vidal
P.D.- Por fin, en esta tarde del 14 de enero, he podido ir a ver ‘Els Pastorets’ (‘Los Pastorcillos’) con mi nieta. En efecto, el ‘dimoni’ es muy malo; en realidad, hay varios, dos son los más conspicuos pero, además, aparecen los siete pecados capitales, que tienen la encomienda de la venta directa del producto y se encargan de tentar, supongo que a comisión. Todos intentan ser atroces y, al final, son castigados convenientemente. Un ángel los precipita a punta de espada a un abismo humeante. El montaje ha sido realizado por miembros de un círculo cultural, donde se mantiene esta tradición de representar, año tras año, la obra durante las fiestas navideñas. Gran cantidad de actores y mucho entusiasmo. En el intermedio, los organizares han sorteado un jamón, cosa que ha suscitado mucha curiosidad en mi nieta, a quien también le ha gustado la obra. El ambiente entre jocoso y familiar, no daba pie al miedo.
Miguel Pacheco Vidal
(1) De deshuellar. Quitar o borrar la huella, verbo inexistente, claro, salvo y a propósito en la página 109 de Delta-8, libro de lectura para Lengua y Literatura de 8º. De EGB. Ed. Everest; León, 1.990