De palique con Kike 19

(Artículo publicado en revista ‘Ñaque’, Ciudad Real (España); nº. 26, octubre 2002)
 
   UN ALTO EN EL CAMINO
PARA CANTAR LA GALLINA  O ALGO POR EL ESTILO


Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro.’... a lo que en todo caso podríamos añadir, Kike, que, dado que no es fácil conocer todo lo que se hace ni mucho menos medirlo, ni si lo que hace una persona tiene más o menos o, en definitiva, algún sentido y en qué momento lo adquirirá, nadie está facultado para decidir acerca de si, en este mundo, alguien es o no es más que otro, por lo que, aunque ya sé que es algo muy difícil de aceptar por según quien, podríamos dejarlo, de momento, en ‘que no es un  hombre más que otro’... y ¡santas pascuas!


Sentado estoy en un sillón, que ahora es lo mío, solo que en casa de mi amigo, aquel que hipnotizaba gallinas, ¿te acuerdas?, y que recitaba espléndidamente los versos de Lorca o de Miguel Hernández. Me cuenta mi amigo un detalle que se le había quedado en el buche y, tal como me lo cuenta, me apresuro a transmitírtelo para que lo puedas almacenar en tu caja de las curiosidades.
Este amigo mío, entre las aves que alegraban el pletórico corral de su tía -aquellas con las que, en su niñez, se obcecaba en practicar el hipnotismo-, había observado una gallina con un proceder muy especial. Aquel volátil debía ser sin duda un ejemplar fuera de lo común, me explica ejecutando un repiqué de dedos sobre la mesa, porque la susodicha gallina, mientras picoteaba de aquí para allá aparentando que su oficio no era nada del otro jueves, se había arrogado de tal modo el control del programa de actividades de aquel colectivo aviar, que ponía cada cual en su palo en un santiamén; hasta tal punto se encargaba de mangonear el cotarro que siempre, momentos antes del amanecer, ¡durante todos los amaneceres de su vida!, había sido ella la que había despabilado al gallo de turno, fuese quien fuese, porque la fama de despertador que mantiene el gallo era, siempre según ella, ¡un mito! De haber confiado en una hipotética iniciativa del protagonista, ¡menudo chasco!, no hubiese habido nunca canto del gallo en aquel gallinero ni el propio San Pedro hubiese tenido la oportunidad de negar las tres veces consabidas, al menos eso era lo que ella pensaba y manifestaba, ya que en más de una ocasión había tenido la desfachatez de expresarlo con ese gracejo tan peculiar en toda gallina que se precie de tal y que se sepa expresar sin decir ni mu.
Cacareaba cuando sus obligaciones se lo permitían que, si no hubiese sido por ella, nada ni nadie habría podido funcionar en aquel caótico gallinero, poco se debiera esperar pues que el gallo cantase por sí solo o que lo hiciese a su debido tiempo. Eso es lo que daba a entender o, al menos, mi amigo así acabó entendiendo, a raíz de lo que pudo descifrar de aquella extraña conducta. Lo cierto es que la gallina mandona, minutos antes de amanecer, con su plumaje ahuecado, se situaba siempre al lado del gallo cantor, agitando sus alas en un agobiante frenesí, hasta que conseguía desvelar al dormilón a quien, según todos los síntomas presumibles y de acuerdo a las declaraciones de la propia clueca, se le habría olvidado que una de sus funciones principales era la del canto tempranero.
Verdaderamente debían ser muy dignos de ver aquellos comportamientos, tanto el de la engallada gallina como el del gallo cantarín que se dejaba avasallar. Sin lugar a dudas, habían logrado subyugar a mi amigo, quien, dicho sea de paso, ya había intentado hipnotizar sin éxito aquella gallina, ya ¡en multitud de oportunidades! Pero, ni a la de tres, no había nada que hacer, ella no hubiese consentido nunca que le hicieran perder el control de la situación. Tolerar que la hipnotizaran era algo que se apartaba por completo de sus planes. De forma que, en ese forcejeo de una parte, ahora te voy a hipnotizar, ¡por éstas! y, de otra, ¡ni hablar!, ¡eso no lo verán tus ojos!, mi amigo, cautivado por la pertinacia de aquel ave, se pasaba horas enteras observándola, a la espera de descubrir algún fallo que posibilitara el reblandecimiento de aquella férrea voluntad y, por ende, convertir aquel personaje en una mera gallina hipnotizada más dentro del desconcertante corral.
No debió ser tan fácil como todo eso llegar al extremo de conocer estos pormenores. No sé cómo lo pudo soportar mi amigo, especialmente en lo que respecta al asunto de la manutención, porque es de los que no, en el caso de ser de loza, pero que se comería hasta el plato, si fuese de porcelana o similar. Las jornadas de fisgoneo, ocultándolas, por supuesto, a su tía y a sus padres, se fueron alargando y de vespertinas se fueron convirtiendo en interminables velas nocturnas que se ampliaron tanto, en ese tira y afloja que se imponían los dos, que se pasaron de rosca en lo que a horas empleadas se refiere; tanto es así que mi amigo pudo sorprenderse por vez primera contemplando el ajetreo del eficiente animal, cuando éste, al llegar la del alba, procedió a traquetear el gallo de servicio con aquella original maniobra destinada a que no le pasase por alto la hora de cantar.
Fue en ese momento, después de haber ejecutado el primer canto el gallo titular, cuando mi amigo, no pudiendo reprimirse, le espetó a la señora gallina, no sin cierto sarcasmo y escapándosele una risita de corte vencedor, ‘no por mucho madrugar, amanece más temprano, ¡je, je!’. La gallina, aunque en un principio no pudo ocultar su contrariedad por tan inaceptable impertinencia, refrenando su primer impulso, se atusó tranquilamente las plumas como quien recompone su vestido y adquiriendo una pose de sosiego forzado, con la que traslucía una dignidad como nunca antes le había notado, vino a decirle a mi amigo. ‘¡Qué graciosos son los seres humanos! ¡Vaya, por Dios! ¡Tienen ustedes mucha gracia! ¡Y qué sentenciosos son, parece mentira! Tienen ustedes sentencias para todo, para lo divino y lo perecedero...
Dicho esto, separó sus patas y ensanchó el pecho, en esa actitud con la que no pocos animales, entre ellos el hombre, pretenden provocar sensación de poderío triunfal y exclamó: ‘A quien madruga, Dios le ayuda.
No sé a ciencia cierta, si la espatarrada gallina habría logrado intimidar a mi amigo, si consiguió plantearle tan profunda e insalvable contradicción mediante aquel refrán aparentemente antagónico al otro, si una gallina, sino hablando, por lo menos, haciéndose entender hasta tal extremo, era algo demasiado incompresible y más aún, inaceptable para la condición humana o si, en definitiva, le habrían exigido tanto esfuerzo al muchacho aquellas aventuras nocturnas, que la consecuencia que todo ello trajo fue que mi amigo, hecho trizas, dejó de hipnotizar las aves del corral desde aquel preciso instante.
Lo último que sé de aquel anecdotario es que mi amigo, girando sobre sus talones, subió de dos en dos los peldaños que le separaban de su habitación y que, simulando  que de ella venía, bajó por el interior del edificio, metiéndose en la cocina para dar cuenta, en menos que canta un gallo, de un abundante desayuno con el que vino a sacarse el vientre de penas. Era su mecanismo para superar sustos y otros contratiempos, ¡qué se le va a hacer!
Como comprenderás, Kike, no quisiera yo acabar como mi amigo, ya te lo dije, y meterme en corral ajeno con la pretensión de hipnotizar a diestro y siniestro o con la de marear la perdiz, pero tampoco estoy por la labor de la gallina, esa sensación de imprescindibilidad que pretende transmitirnos. Mira, Kike, ya sé que ésta va a ser una carta de aquellas que no me aconsejaría nadie que me apreciase ni mucho menos mi abogado, si luego va a ser publicada, pero, ante todo, me queda claro que te estoy escribiendo a ti y de ese sentimiento no me quiero apartar, a poder ser, por lo que no nos debemos comedir demasiado en este oficio que hoy me lleva a escribirte con la sana intención de cantar la gallina, porque aquí en el fondo la que canta es la gallina, ¿no estás de acuerdo? Otra cosa es que tengamos en cuenta que estas líneas quizás sean leídas por otras personas y que, mientras podamos evitar la molestia innecesaria, de ella prescindiremos, no faltaba más. La verdad es que tampoco puedo presumir de no tener pelos en la lengua y, además,  lo que no podría consentir de ninguna de las maneras es sentirme abusando de la tribuna que nos brinda la publicación de estas palabras. No es otra cuestión que un intento de poner las cosas en su sitio, propósito que, por cierto, nunca se consigue.
A estas alturas, creo que a través de los ‘paliques’ que te he enviado, más de uno habrá reconocido que el asunto que, en ameno coloquio, estamos desarrollando casi entre bromas, resulta que es un asunto serio, donde se suministra además abundante material utilizable, probablemente novedoso para el lector y práctico porque lo sostienen algo así como treinta años de ejercicio. Por un lado, todo lo apuntado acerca de la moraleja, su reparto en tres conceptos principales, la forma que se emplea para neutralizarla, la proposición de un comportamiento al que hemos bautizado ‘treta en el pasillo’ y que nos sirve para recomponer un poco la trinchera del texto teatral o la manera de encarar nuestra relación con el público, ante el incontrolado empuje del juego de representación de roles; algunas estrategias dirigidas a aprovechar el espacio pedagógico que contiene el ejercicio teatral; cómo convertir  elementos didácticos en acción dramática mediante estratagemas como la incorporación de la Tramoya en el juego escénico, la práctica de la comparación de medios artísticos y algunas artimañas dramático-pedagógicas más que aún están por venir en próximos ‘paliques’, son suficientes ejemplos de este material. Todo ello, en el camino de favorecer la elaboración de una estructura dramático-pedagógica y  de una actitud educativa simbolizada por el maestro abreventanas, que contribuyan a aprovechar al máximo o un poco más las virtudes que ofrece el ejercicio teatral en la Escuela. No obstante, creo que lo más fuera de lo común que en todo este trajín puede considerarse es el marco en que se desenvuelve esta propuesta: la sistemática defensa del uso en la Escuela del texto escrito por un autor ajeno a la experiencia que se esté llevando a cabo.
Por otro lado, creo que un margen de seriedad me lo concede el fenómeno de que las obras de teatro que han servido de soporte para la propuesta que en la actualidad estoy explicando, han viajado por su cuenta por el mundo teatral y por el  mundo a secas, sin que nadie conociese o haya sentido como obstáculo la carga pedagógica que encubrían. Transcurridos algo más de veinte años desde que algunas fueron escritas, me siento animado a asegurar  que la carga pedagógica no ha representado ningún lastre, antes al contrario. Tanto han sido llevadas a escena por colectivos escolares, como por grupos teatrales, algunas en varias ocasiones y con muy estimables montajes. Incluso,  han sido objeto de reseña en minuciosos estudios acerca del teatro infantil y escolar (1) o han sido publicadas (2); una lo será dentro de poco (3). Hasta un segundo premio mereció en su día una de ellas (4).
También te tengo que decir en este alto en el camino, que me siento satisfecho y halagado por la providencia que ha llevado a que estén publicando nuestras conversaciones en una revista; empresa con la que están concediendo crédito y dimensión a cuanto tú y yo solemos tratar con discreta amenidad, destripando nuestras dudas y están desvelando al lector que, tras la bambalinas de nuestras bromas y curiosidades, se esconde un trabajo largamente elaborado.
Gracias habría que darles a los editores de la revista porque, además, supone un riesgo añadido, si a la historia pasada hubieran de atenerse. A eso voy, porque, a fuer de sincero, cuanto estoy exponiendo aquí, situándonos en el plano del reconocimiento académico y, aparte de los concienzudos estudios a los que he hecho mención, ha obtenido lo que podríamos definir como una de cal y una de arena; a veces, más de cal viva que de otra cosa, ya que curiosamente ha cosechado más desprecios que satisfacciones, que, como ya te he expuesto, también las ha tenido, no cabe duda; entre ellas, tener de espectador en primera fila a J.L. Aranguren, mientras leía una de mis comunicaciones. Claro que eso dice sobre todo de la actitud del profesor.
Pero, entre pitos y flautas, la verdad es que, a pesar de que yo nunca he sido muy dado a mostrar mis trabajos, a lo largo de la vida he tenido la oportunidad de tragar muchos sapos, contemplando en varias ocasiones cómo se declaraba desierta una convocatoria por el bajo nivel de los trabajos presentados, entre ellos, el mío, ahí está la cosa. Una de ellas, la que quizá me duela más, es aquella en la que presenté el conjunto de mi labor y donde solo concedieron accesits a trabajos de otros contendientes. También se declaraban desiertas la convocatoria en que presenté en forma de guión cinematográfico mi historia ‘La Laguna del Espacio’ y aquella en que presenté en forma de novela ‘El Mago Calamidad’. Otro recuerdo amargo lo constituye el desmantelamiento de un ciclo de teatro en el que tuve la fortuna de participar durante siete años; ‘Viatgem en teatre’, se llamaba y las formas de cancelarlo fueron fatales, desconsideradas, te lo puedo asegurar.
Tampoco tuve muy buena experiencia con una editorial que no consideró apta ninguna de las cinco obras que le presenté en catalán, a pesar de que una de las obras era la versión de ‘Historia de una cereza’, cuando en castellano ya había recorrido medio planeta y había sido montada por más de un grupo de teatro y  por una verdadera multitud de escuelas (que es de lo que estoy más satisfecho). Aún pervive en la actualidad a través de un delicioso montaje de Quiquilimón (5). Mis servicios de espionaje, cuyas fuentes me comprometo a no revelar, me transmitieron algo muy normal: los lectores dictaminaron que mis obras no están concebidas como lectura. En esto estoy de acuerdo, son obras de teatro para, por tanto, ser representadas. Asimismo, me transmitieron cierto ensañamiento con ‘Historia de una cereza’, lo cual también se puede admitir en función del tipo de sensibilidad del lector de turno.
También he pasado por concursos -pocos, porque, ya digo, que a pocos me he presentado-, en los que premiaban a otros. Pero, ya ves tú, eso es otro cantar. Que premien a otro se digiere mejor, porque es admisible siempre más calidad en la obra del de más allá o que al menos así pueda estimarse. Aprovecho la oportunidad para recomendarte ‘La edad de la ciruela’,  obra de Arístides Vargas, cuyo montaje de la Cía. Müegano Teatro, dirigido por Santiago Roldós, obtuvo el primer premio y varios más en una convocatoria donde participaba ‘Ronda Lorquiana’ (un espectáculo dirigido por M. Curletto, dramatizado por mí y que venía de obtener otro premio) y, ¡mira tú por dónde!, no me supo nada mal que le concedieran el galardón a ‘La edad de la ciruela’, porque, sin querer compararlas, te puedo asegurar que es un espectáculo magnífico. Ve a verlo cuando puedas. Yo lo pude ver en el teatro Artenbrut de Barcelona.
En cualquier caso, como sabrás intuir, mi carrera no ha sido precisamente un lecho de pétalos de rosa, cosa de coser y cantar. Mi obra, fuera de las atenciones expuestas, mayormente ha ido de Herodes a Pilatos, lo que la convierte en candidata ideal para ser sometida al juego que te voy a proponer.
¿Por qué te digo todo esto, Kike? Pues... porque me he dado cuenta de que la coyuntura de que publiquen estas cartas que son cartas para ti, influye en mí, aunque no lo quiera, de tal forma que no puedo impedir el adorno, la autocensura, el mensaje, el comedimiento, la absurda pretensión de brillantez...  En la otra cara de la moneda, ver en letra impresa aquello que siempre habían sido comentarios y de eso quizás nunca debieron pasar, puede dar a entender algún nivel estimable de reconocimiento. Por supuesto, por parte de los responsables de la revista lo es pero, ya te lo adelantaba, con doble merecimiento en lo que a riesgo se refiere...
Para abrir boca en esto de poner las cosas en su sitio, ¡esto es lo que hay! Como apuntaba en el arranque de esta conversación y en último término, es ésta para mí una oportunidad para cantar la gallina y lo haré en dos frentes. En el primero ya lo he hecho al admitir que cuanto digo en nuestros ‘paliques’ es tan discutible como cualquier otra postura. Aunque a mí me parezca entrever suficiente resonancia, incluso considerable, la propuesta que conllevan mis trabajos no ha obtenido el beneplácito mayoritario, por lo que puede ser que, después de tanto darle al magín y de tantos chorros de tinta, alguien acabe por decir, no sin cierta razón, que no hay para tanto. Está por ver si, como venía a señalar en las líneas previas, tanto empeño va adquiriendo, con el paso de los años, algún sentido, ¡sea el que fuere!
Pero, desde otro frente, quiero cantar también la gallina y advertir a cuantos se han arrogado la facultad de declarar desierta una convocatoria en la que había intentado participar aportando mi labor, mejor o peor, pero, sobre todo, ¡bienamada, por vida de chápiro verde! y decirles que, si bien el reconocimiento de mi obra tiene un sabor agridulce, entre fracasos, menciones meritorias y presencia teatral en innumerables escuelas y en bastantes grupos de teatro, a lo que cabe añadir alguna publicación que otra, algo me certifica que sigue viva al cabo de los años. Decirles que no hay coartada posible, que no me agarro a un clavo ardiendo, que lo que digo ahora es lo mismo que decía entonces, ni más ni menos y que las obras y consiguientes propuestas son las mismas que enseñé en aquel tiempo. Están registradas; se puede comprobar.
No soy quien para dar consejos, pero visto que lo que ha salvado del naufragio total una propuesta quizás interesante ha sido que yo he durado los años que se necesitan para percibir algún ligero cambio de tortilla o así creérmelo, y, sin lugar a dudas, que soy muy  tozudo, en eso soy incansable como la gallina del corral, me atrevo a rogarles que se anden con más cuidado y que tomen en consideración lo que intentaba apuntar en el prefacio, que nadie está facultado para subirse tanto a la parra como para desconsiderar de ese modo un trabajo sin esforzarse en corresponder con una explicación sincera o sin que, encaramado en esa parra, baraje la contingencia de no haber alcanzado el suficiente grado de sensibilidad o de no poseer bastantes conocimientos para separar el trigo de la paja con tanta precisión como pensaba, aunque sinceramente lo pretenda; que se tenga presente que no todo el mundo es tan pertinaz y socarrón como yo, que es muy fácil que, con el proceder exhibido por algunos jurados, se haya quedado apartada en la cuneta y eso es lo grave, más de una promesa interesante con algún material más valioso que el mío pero con un carácter menos empecinado y resistente. Solo agregar que, aunque es más que cierto que muchas veces no hay más cera que la que arde y que el desierto es tan desierto que acaba por imponerse, solo esto, agregar que, por favor, se lo piensen dos veces y un poco más, si cabe.
Una vez concluida esta carta, compás de espera donde puedo decir lo que digo en la confianza que te tengo y en la noción de la indulgencia que por mí profesas, intuyo que, como puede ser leída por otro, haya alguien que espete como el hipnotizador, ‘Al fin y al cabo, esto nos ha pasado a todos alguna vez en la vida’, ofreciendo la idea de que no es nada del otro mundo y que, por más que nos empeñemos, aquí nada va a cambiar (‘No por mucho madrugar...’), a lo que yo responderé imitando la firmeza de la gallina del corral, que ya sería hora de que alguien abra el tema, aun a riesgo de quedarse como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, en un intento inútil de poner en su palo a cada cual, de poner las cosas en su sitio, aunque, como te adelantaba, soy consciente de que es muy probable que, por lo que se suele dar, esto sea algo que nunca nadie haya sido capaz de conseguir; al menos, en este valle donde, hoy por hoy, me ha tocado pacer.

Miguel Pacheco Vidal



(1)                           
-    PÉREZ-STANSFIELD, M.P. (1986): "El teatro infantil español del posfranquismo". Odessa, Texas: Monographic Review,
-         TEJERINA LOBO, I (1993): "Estudio de los textos teatrales para niños". Santander: Servicio de Publicaciones Universidad de Cantabria.
(2)        
-         Historia de una cereza’'; Colección 'Teatro EDB'- EDICIONES DON BOSCO.- Barcelona, 1.982
-         Jonás, Jonás’;Colección 'Fuente Dorada'-  Valladolid, 1.988
(1) Los clásicos nos divierten’; Incluido en el libro de lectura "DELTA8"; Ed. Everest; León; 1.990; de José González Torices y Socorro y Urbano Pardo Agúndez, publicado por la Ed. Everest, León, 1990)
El montaje dirigido por Martín Gómez Curletto está reseñado en:
*    Una ‘Relación de destacadas puestas en escena de la obra de Calderón en el siglo XX’ adjunta al catálogo realizado por José Mª Díez Borque y Andrés Peláez para la exposición "Calderón de la Barca. Siglo XX", en el Círculo de Bellas Artes de Madrid ; 2000.
*    Puesta en escena y recepción del Teatro Clásico y Medieval en España (Desde 1939 a nuestros días)’; autor: D. Manuel Muñoz Carabantes; tesis dirigida por Dr. D. Luciano García Lorenzo; Un.Complutense, Fac. Filología, Dep. Filología Hispánica.; Madrid, 1.992
(3)     Las sirenas se aburren”; obra de teatro escolar del autor de este ‘palique’, publicada en la colección "Punto de Encuentro" (Serie de Teatro) de Editorial Everest (León, 2.005).
(4)     ‘La increíble gesta de don Jorge Siemprellegotarde, márqués de Nuncalleoatiempo’; sin publicar. 2º. premio en el concurso de textos teatrales 'Fuente Dorada' de Valladolid.
(5)     Cía. Quiquilimón de Gijón; dirección Margarita Rodríguez.